En este
invierno de temporales sucesivos que embisten la península ibérica desde el Atlántico
Norte, contrasta la apariencia de tranquilidad, si no resignación, que se ha
instalado en el ámbito profesional de la Arquitectura y los arquitectos, máxime
si lo comparamos con la galerna que se abatió sobre nosotros el año pasado por
estas mismas fechas, después que se filtrara el primer borrador de la Ley de
Servicios Profesionales. Todos estamos muy tranquilos ahora y pareciera que en
el negro horizonte de la crisis se atisbara un apunte de claridad, si por tal
se entiende realizar trabajos menores a precios exiguos o dibujar y justificar anteproyectos
de edificaciones, sin cobrar honorarios, en la débil esperanza de que, con un trabajo
de calidad y unos números ajustados, se pudiera obtener financiación con la que
todos, promotor, técnico y constructor, pudiéramos no ya ganar dinero sino al
menos mantener la actividad de quienes en tiempos formamos eficientes y
responsables estructuras productivas. Este “impasse”, la inactividad o el
silencio de unos y otros, especialmente de quienes supuestamente defienden los
intereses de los profesionales, ¡mis intereses! me produce repelús y escalofríos.
Algo me dice que esta situación es